Leche y Café 4: Los Malfoy.





Draco recordaba perfectamente la primera vez que estuvo en la estación de King's Cross. La gente que lo había rodeado, los aromas, el ruido y todas esas miradas bajo el cauteloso tono del desprecio y la desconfianza. Pues eran pocos los que confiaban en ellos o que creían que eran una familia de fiar. Además, era imposible para todos ellos actuar con normalidad como el resto de la sociedad. Eran los Malfoy y, su estilo y forma de vivir, nadie se los quitaría.

Sí, había sido el día más feliz de su vida, como el de cualquier otro niño esperando con ansiedad llegar a Hogwarts, y el más incómodo de todos ellos. No había tardado nada en hacerse de enemigos con facilidad y hacerse respetar al mismo tiempo. Y eso ante los ojos de Lucius Malfoy, había sido lo único correcto y aceptable, lo demás había sido basura.

Sin embargo, ahora entendía que había sido una estupidez y que tal vez su vida podría haber sido diferente, de no haber seguido al pié de la letra los dichos de su padre por un poco y un mísero gramo de su atención. La cuál ni aún así, logró ganar.

Pero estaba viviendo algo diferente en esos momentos, casi a sus treinta y tantos de años, casi pisando sus cuarenta, Draco Malfoy podía decir que era un hombre pleno y feliz junto a su familia. Podía notarlo no sólo en las miradas de los demás, sino en esas sonrisas que ni en sueño hubiera podido conseguir en un pasado.

Cordialidad y cortesía verdadera.

—Voy a extrañarte, Rose. Siempre serás mi princesa, ¿sí?

—Sí.

—¿Abrazo? —Rose sonrió divertida y se dejó abrazar por su padre, al menos antes de que se pusiera más melancólico que su madre. Miró de reojo a su lado al pensar en ella; allí la vió, secándose sus ojos con un pañuelo que Isaac le había alcanzado, mientras Isaiah le daba suaves golpecitos en la espalda. Sabía que aquellos dos diablillos ocuparían perfectamente el silencio de su ausencia y se sintió definitivamente mejor para tomar finalmente el camino a Hogwarts.

Ambos se separaron al escuchar el pitido de la locomotora como último llamado. Los Potter y Weasley la estaban esperando a lo lejos haciendo más ruido que el que ya estaba establecido. Sonrió al sentir que allí no se aburría después de todo.

Se despidió por última vez de su familia, abrazó a sus padres y chocó los cinco con sus hermanos hasta el punto de hacerse picar las palmas, para luego correr hacia sus primos postizos que ya estaban haciéndole señas. No logró evitar mirar atrás una vez más, antes de subir al tren. Necesitaba grabar en su memoria a su familia, su querida familia Malfoy. Hecho, subió detrás de Albus Potter y se metieron al compartimento que James y Fred II habían escogido.

Un momento caótico tanto para Draco y Hermione, al ver marchar a su primer tesoro. Ni siquiera las palmadas de consuelo de Harry o Ron sirvieron para llenar aquel pedacito vacío en sus corazones.

Difícil, pero necesario.

~@~




¿Podemos ir por un helado?

—¿En comer es en lo único que piensas, Isaiah? —Draco puso los ojos en blanco mientras ingresaban a la mansión de su niñez.

—Oye, tengo que hacerlo, miras mis brazos ¡son como fideos! Isaac se comió el setenta por ciento de mi alimento cuando compartíamos el vientre de mamá.

—Nerd —opinó Isaac con tono irónico.

—Tú cállate, prácticamente me comiste.

—Bien, en caso de que eso sea cierto, el helado no es alimento. Aumentará tu cuerpo, pero no de una forma saludable y atractiva. Eres un Malfoy, come vegetales. —Hermione lo golpeó en la cabeza con su mano al pasar por su lado.

—No le enseñes a ser vanidosos a los niños.

—¿Qué? Pero si es cierto. ¡Mamá, dile algo! —protestó en cuanto su madre salió a escena. Narcissa, bajo aún en un aura de juventud, rió discretamente. Siempre le hacía muy feliz recibir la visita de su familia y sobre todo el alboroto que esos tres provocaban. Realmente estimaba a Hermione al tener la paciencia para soportarlos todos los días.

—Abuela, ¿tú qué opinas del helado? —preguntó Isaac luego de abrazarla a modo de saludo.

—Que hay mucho en la cocina esperándolos.

—Por eso te amamos. —soltó dulcemente Isaiah prácticamente desapareciendo, sin escuchar las protestas de su padre.

—Los mimas demasiado.

—Como a ti, claro.

—¡Ajá, lo sabía! —se burló Hermione apuntándolo con su dedo y soltando a su vez una risa.

—Cierra la boca, Hermione. —Luego del saludo más efusivo que Narcissa, ya a estas alturas, se había acostumbrado, habían pasado al salón de té.

Para estar sola la mayor parte de su tiempo, se había esmerado en remodelar su casa con sus elegantes gustos y alegres. El salón estaba frente a un muy bien cuidado jardín, con una hermosa fuente de mármol blanco en el medio y rosas blancas, y algunas violetas, rodearla. Era una vista más que maravillosa, llena de vida y luz.

Ya no existía ese Malfoy Manor lúgubre, con el aroma a muerte y magia oscura que Draco recordaba. Era un hogar, un verdadero hogar que su padre nunca se había dignado a darles.

—Realmente lamento no haber podido ir a despedirme de mi pequeña Rose. Pero le enviaré un obsequio, sé que a ella le encantará.

—No te preocupes, madre. Sé que ella entenderá el porqué. Hablando de ello ¿por qué?

—Draco —soltó con advertencia su esposa y este la miró sin entender. No había tenido dobles intenciones al preguntar.

—¿Qué?

—Eso fue muy descortés. Disculpa por ello, Cissa.

—Descuida, querida.

—¿Por qué siento que ustedes dos me ocultan algo?

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