Leche y Café 2: Ser Hermione.




Ser Auror, amiga del niño que vivió, de un pelirrojo controlador, de una familia particularmente numerosa, madre de tres niños, la nuera de Narcisa Malfoy y la esposa de Draco Lucius Malfoy, sobre todo, no es fácil. Pero ¿quién dijo qué ser Hermione Granger lo era?

Supo, desde el primer instante que decidió compartir su vida con el ex Slytherin, que no sería ni se lo harían fácil. Pero estaba orgullosa de haber tomado esa decisión, aún a pesar de lo que el resto hubiera podido hablar.

Aunque sabía que aquello no era su mayor desafío. Su madre siempre le había dado sabios consejos y la insinuación de que algún día, sería una mujer capaz de llevar adelante una familia. Y no se había equivocado en lo absoluto.

Pero hasta ese entonces sus padres siempre pensaron que hablaban de una niña, que cuando creciera sería una dentista como ellos y no una bruja, que más tarde pasaría por más de un reto, se enfrentaría a asesinos y se convertiría en una reconocida Auror.

No, no era exactamente lo que hubieran esperado, pero jamás, ni después de devolverles sus memorias, dudaron de ella. Nunca vió en sus miradas miedo o decepción de lo que se había convertido. Era quizá, la razón por la cuál sabía exactamente que hacer antes las dificultades y circunstancias de la vida.

Sin embargo, nunca llegó a pensar que dejar ir a Rose lejos de su protección le sería la tarea más difícil de su vida.

—Realmente vuelas, mamá. —Hermione parpadeó un par de veces antes de notar a su pequeña y el entorno que la rodeaba.

—Rose, lo siento.

—Descuida, papá me advirtió que estarías dispersa hoy, así que le prometí que te cuidaría.

—Pues que amables, gracias —ambas rieron y mermaron sus pasos. Hermione, después de aclarar su mente notó que estaban en el Callejón Diagón, rodeadas de magos y brujas en sus rutinarias, comunes y corrientes vidas. Algunos conocidos, un par de amigos haciendo compras para sus hijos para un nuevo año en Hogwarts.

Ahora comprendía a Ginny y ese torrencial de lágrimas que había dejado escapar cuando tuvo que dejar volar finalmente a James; aunque quizá se debía al terrible desastre que dejaría una vez tocara Hogwarts. Nunca llegó a preguntárselo.

Suspiró, ahora ella tenía esas ganas de llorar mientras estaban frente a Ollivanders, con una de sus manos aferradas con fuerza a la de su hija mayor.

Su primera varita...

—¿Preparada? —sacudió la cabeza para disipar su angustia maternal y bajó la mirada hacia la pequeña.

—Eso debería preguntártelo yo ¿no crees?

—Lo estoy, pero no parece que tú lo estés. —Rose le sonrió con mofa antes de soltarse de su mano y entrar a la tienda. De alguna manera su expresión, aunque inocente, le recordó mucho al viejo Draco. El habitual cabeza dura que encontraba siempre el momento justo para burlarse de ella.

—Granger —su mano quedó suspendida en el aire cerca de la manija de la puerta vidriada. Esa voz definitivamente la conocía de alguna parte.

—Daphne Greenggras. —La rubia la miraba fijamente, de una manera que Hermione la encontró un tanto perturbador. —¿Cómo estás?

—Estaría perfectamente si no hubieras existido. Pero no siempre tenemos lo que queremos ¿no?

—¿Es una amenaza?

—Espero que no. —Draco había llegado a su lado con sus dos pequeños. Con el cabello rubio reluciente y sus caritas pintadas de la más pura travesura, con un tinte serio al encontrarse con la mirada de Daphne. —Sería bastante descortés, luego de todo lo que hemos hecho por ti.

—Un par de galeones simplemente, que se gastaron con facilidad. —la rubia miró a la familia con desprecio —¿A cambio de qué, de la protección de tu familia de sangres sucias? —Hermione detuvo a Malfoy del brazo — Debes admitir que fue por ello que accediste a darme un préstamo Draco. Tenías miedo. —Fue allí que el rubio se dio cuenta de algo, en ese instante en que escupió sus palabras con el poco veneno que aún le quedaba, que la mayor de las Greenggras estaba ebria. Dejó escapar lentamente el aire y cerró los ojos para calmarse.

—Hablaremos cuando no haya más alcohol en tu sistema. No te pongas en ridículo. Y deja a mi esposa en paz. —la pasó por al lado dirigiéndose al interior de Ollivanders arrastrando a sus hijos y a Hermione con él. Estaba harto de tantas estupideces.


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