11. Interrogatorio.




El ambiente era tenso en el Ministerio. Nadie quería decir una palabra y a la vez, todos querían dejar su descontento por el cual habían sido despertados esa mañana. Las cosas parecían volver a tornarse oscuras en el Mundo Mágico y eso no era precisamente una noticia que quisieran escuchar con buen ánimo. Puesto que habían creído que habían ganado aquella guerra contra el mal, al menos por un muy buen tiempo.

¿Era tan difícil vivir en paz? Algo les decía que sí. Sobre todo, estando allí entre el alterado jurado de Wizengamot.

—Señor Blainze, antes que nada tiene que saber que todo lo que se diga aquí no saldrá fuera de esta sala, que se le harán preguntas precisas que deberá responder sin excepción y que todo lo que diga, puede ser usado en su contra. Ahora, estando seguro de esto, ¿está de acuerdo?

—Sí, señoría —el Ministro de Magia asintió y miró a uno de los Aurores para que comenzara el interrogatorio.

Desde las gradas se encontraba sólo Harry y Blaise. No habían dejado a entrar a Draco ni a Ron por su repentino estado histérico; de alguna manera había sido el accionar más adecuado para aquella situación tan delirante. Y sólo algunos personajes importantes del Ministerio estaban presentes a pedido de Kingsley Shackebolt.

—Dígame, señor Blainze ¿qué estaba haciendo el veintidós de diciembre a la media noche en el pequeño pueblo de San German?

—Estaba en el bar. No había alcanzado a tomar una sola gota de alcohol cuando todo comenzó, hay pruebas sobre ello.

—¿Qué comenzó? —preguntó el Auror ignorando lo último.

—El desastre mismo, señor. Gritos, explosiones, fuego. Todo pasó en segundos.

—¿Y quién lo provocó, según usted?

La mirada nerviosa del Squib parecía buscar a alguien entre los presentes, sólo Blaise lo había notado. Sus manos se removían de forma extraña, el sudor que bajaba por su cuello era asquerosamente abudante, hasta el punto de mojar su camisa, alguna vez blanca, por completo. Eso no era normal, por muy inocente que uno fuese.

—Yo sé lo que vi, yo sé lo que vi —repetía sacudiendo la cabeza —, la imagen se repite una y otra vez.

—Diga su nombre, señor Blainze.

—A ella, era ella —murmuraba prácticamente fuera de sus cabales — Hermione Malfoy, yo vi a Hermione Malfoy matar a todos, ¡los mató a todos!

—¡Miente!

Harry no había podido evitarlo. Si no hubiese sido por el moreno, posiblemente estaría sobre el tipo moliéndolo a golpes. Sin embargo, no era capaz de entender cómo tenía el descaro de hacer tal acusación como si estuviera cerca de recibir un premio. Estaba eufórico, posiblemente lleno de una ira que no había sentido en años.

—¡Por favor, orden, orden en la sala! —los murmullos habían comenzado a flotar en el recinto y apenas el Ministro los pudo controlar, hasta que el silencio volvió a ser el protagonista —¡Basta! Señor Blainze, espero que esté consciente de que está haciendo una acusación peligrosa. Hermione Malfoy es una de nuestras Aurores más talentosa que tenemos, ella no dañaría a un Muggle.

—¡Yo sé lo que vi! ¡Yo sé lo que vi!

—Llévenselo, la sesión se da por terminada hasta mañana a primera hora.

—¡No podrán callarme!

El Ministro siguió con la mirada al escuálido Blainze. No estaba seguro qué decir o qué pensar, pero era un hombre inteligente y sabía que existía algo más detrás de toda aquella situación. Buscó con la mirada a Harry y éste se la devolvió.

Posiblemente, era hora de un nuevo encuentro con la Orden.

«*»

—¿Quién sería capaz de hacer esto?

Draco miró a su madre. Le había contado palabra por palabra lo que Potter y Blaise le habían dicho al salir de aquella maniática reunión. No se había guardado nada y no es como si lo hubiera querido evitar. Necesitaba una cabeza más para pensar y su madre era perfecta para ello.

Su única contención y la razón por la que aún no había perdido la cabeza era gracias a ella.

—Hijo, creo que ambos lo sabemos. Tal vez, los Mortífagos hayan vuelto. Rosier lo dijo.

—Ella está loca, madre.

—Puede ser, pero parecía estar en sus facultades cuando lo mencionó. Piensa en frío, Draco —Narcissa se llevó a los labios la taza de café el que, una vez llegó a su boca, comprobó que estaba asquerosamente frío. Lo alejó de ella y dejó la taza sobre el escritorio —. Deja de pensar que ya nada malo puede venir a nuestras vidas. El mal, la oscuridad, siempre está al acecho y puede que estemos condenados a ser siempre el imán para las desgracias. Pero hay solución, siempre la hay.

—Sólo quiero a Hermione, con ella a mi lado no me importará estar en otra guerra.

—La encontraremos —ella alcanzó su mano y le dio un ligero apretón maternal. Nunca había dado tantas muestras de afecto como en ese último tiempo. Sin embargo, en su interior algo quemaba al ver la angustia que su único hijo cargaba en esos momentos —. ¿Sabes por qué? —él negó suavemente con la cabeza —Porque ya no estamos del lado equivocado.

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