Canuto




Capítulo 5-Deseo de Navidad, fotos de Cornamenta.

 Dicen que los deseos de navidad son los más poderosos que existen, incluso más que el de una estrella fugaz o el de un cumpleaños. Eso dicen, quizás los muggle,  ¿Pero qué podía saber Sirius? un ingenuo, ignorante de la cultura no mágica.

Mientras trataba de que ni Harry ni Sam  se cayeran de sus pequeñas Nimbus 2000, pidió con todo su corazón que al menos esa navidad, la primera de la pequeña y la tercera del pequeño le concediera lo que él tanto deseaba. Pero no, ya no tenía suerte ni con eso. Y aunque no lo sabía aún, dentro de una semana lo tendría más que claro.

No volvería a pedir otro deseo.

Jamás.

Por mientras, se contentaba con verlos reír. Sintió los cálidos brazos de Elizabeth, luego de la noche anterior, entre recompensas y cosas traviesas, estaba mas cariñosa de lo normal. No era que le molestara, pero su relación era un tanto diferente que la de Cornamenta. Ellos si eran cursis.

-¿Recuerdas cuando me propusiste matrimonio?-Sirius casi pierde la concentración en los niños. Que pregunta tan inesperada.

-¿Era algo que debía recordar?

-Sí, si quieres seguir con vida, amor.-Sonrió, a pesar de ser "un insensible cabeza hueca" palabras textuales de la señora Potter, él recordaba a la perfección ese día. Nervioso, con deseos de tirarse de cabeza al Támesis, tembloroso, lleno de miedos que pensó alguna vez no tener. No estaba preparado para ese paso y sin embargo, ni su fuerza de voluntad Black, había sido suficiente para ayudarlo a huir de "eso". El Matrimonio. y  de "ella". Elizabeth.

-Lo recuerdo, hacía frío.

-no hacía frío, tú tenías frío. De hecho hacía tanto calor que sudabas como un chimpancé, estabas tan nervioso-rió por lo bajo-querías tanto irte de allí. ¿Por qué no lo hiciste?

Gran pregunta ¿por qué no lo hizo?

Con su fama de mujeriego empedernido, el hombre de una sola noche. El tipo que no recordaría tu nombre pasada unas horas de intenso placer. El mago guapo que todas querían cazar. El chico con fama de gigoló que querían probar.

Pero allí había estado la diferencia, porque con ella había sido así, diferente. Desde el momento en que jamás olvidó su nombre, de pasar días enteros hablando de sus encantadoras curvas, de recordar sus imperceptibles y ronroneantes gemidos. Se dio cuenta que esa mujer, que había tenido el lujo de tener entre sus brazos, sería suya para siempre. Su esposa, la madre de sus hijos, la abuela de sus nietos, la bisabuela de sus bisnietos y lo que fuese, hasta el momento que la vida le permitiese ser.

Su gran amor. La Arpía que movió su suelo, la bruja que lo hechizó para toda su maldita vida.

-¿Y por qué hacerlo? Ya estaba ahí-ésta sonrió con dulzura y le regaló un casto beso en su mejilla. No esperaba más de él y sin importar había sido suficiente.

-Eres un idiota.

-Pero así me amas-le susurró, un flash provocó que ambos parpadearan como posesos.-¡Maldito seas Cornamenta!

-Es que se veían tan dulces-dijo éste con un tono meloso y pestañeando como niñita, mientras de manera cobarde, se escondía detrás de una sonriente Lily, aún con un buen humor. Lo que para Sirius era sin duda más que bueno. La Pelirroja podría verse pequeña y frágil, pero golpeaba como una luchadora profesional. Un espécimen de mujer realmente peligroso.  

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